Wednesday, April 18, 2007

Wilton XV

Buscando el quinto anillo

Randy había pasado el verano entero en Washington. Su padre estaba muriendo, y quería pasar en la capital, donde había transcurrido toda su vida, sus últimos días. A mediados de agostó falleció, y enterraron sus cenizas en el pequeño jardín de su casa; tal como le habían prometido.

La madre de Randy volvió a Houston con su hijo, su mujer y sus cuatro nietos. Roy y Linda, de seis años, el hijo de William, Malik, de cuatro años y el pequeño William Jr, de dos años y medio.

La enfermedad de su padre había llevado a Randy a renunciar a la selección que ganaría el mundial, con lo cual empezaría su preparación algo más tarde que su compañero Arison.

Se le acababa el contrato y, aunque no lo había comunicado oficialmente, era consciente de que aquella sería su última temporada en la liga. Intentaría ganar su quinto anillo y aumentar sus ya históricas cifras de 32.324 puntos, 18.151 rebotes y 2.735 tapones conseguidos en temporada regular a lo largo de su carrera. Además, contaba en su trayectoria con cuatro premios MVP al jugador más valioso, tres premios al mejor defensor y el galardón al mejor rookie en su primer año.
Una trayectoria para enmarcar, a la que aún podía sumar algún entero, y retirarse como uno de los mejores jugadores en la historia de la liga.

El principal obstáculo en su camino sería, como venía siendo en los últimos tiempos, Marcus Lemmeis, el jugador estrella de los Lakers que había ganado cuatro de los seis últimos campeonatos. En su contra jugaba el hecho que sus compañeros de lujo habían envejecido, y el equipo angélino no le rodeaba debidamente para luchar de verdad por el campeonato.

En el otro lado, Jamal Bullock tenía la espina clavada de haber perdido otra vez, en su segundo equipo para llevar el anillo a New York. Springfield y Atlanta, entre otros, serían los rivales a batir para llegar a la final y, de una vez por todas, dar el tercer anillo a los históricos Knicks de New York.

Como el anterior, los Rockets llegaban al primer entrenamiento que dirigiría Bob Marshall con una sola baja. Devin Acklie se retiraba a los 37 años con su ansiado anillo de campeón y el joven Linay Barnes sería su sustituto. Pero Marshall, amante de los jugadores con experiencia, cedería el puesto de titular al experimentado Elo Sean Ellwey, que llevaba varios años siendo un base de lujo saliendo desde el banquillo.

Después de unos pocas prácticas se trasladarían a Wellington para disputar la Copa Mundial. Acabarían con el Toyota Reysol japonés en primera ronda, y jugarían la final contra un sorprendente Recife do Brazil que había eliminado a todo un hueso como el Racing de París. Ganarían los Rockets, que se alzaban así con su primera Copa Mundial; Arison fue el MVP.

Un título celebrado en el vestuario pero que seguía dejando frío al aficionado a la liga, que daba históricamente más importancia al campeonato de la NBA. Así pues, no podían más que lograr el back-to-back para dejar satisfechos a sus seguidores.

El tercer banderín se alzó en el techo del NASA Complex de Houston, al lado de los conseguidos en los años 1994 y 1995. Sí volvían a las andadas, los Rockets contarían en su historia con dos back-to-back's, logrados con cuarenta años de margen entre cada uno.
El debut de 40 puntos fue toda una declaración de intenciones por parte de Arison. Su condición de pívot enclenque y poco resolutivo había quedado atrás. Ahora todo el mundo le comparaba con leyendas de la talla de Karl Malone o Amaré Stoudemire, alapívots que dominaron una época a sus anchas. Había llegado su momento, en su séptima temporada en la liga, de demostrar que podía aspirar al premio MVP.

Wilton le dejaba vía libre y se dedicaba a defender, buscarle espacios y asistirle. No le importaba bajar de los veinte puntos en más de una ocasión, aquella era su evolución lógica para ceder el timón a Arison y, sobre todo, para que el equipo lograra victorias.

Superaron el primer tercio de la temporada con un espectacular récord de 27-3, y con todo el mundo expectante ante una campaña que podía terminar siendo histórica. Muy lejos, Grizzlies, Lakers y Mavericks luchaban a contra corriente para alcanzarles.

Por su parte, los Knicks de Bullock dominaban la conferencia este. Y como ya estaba claro, Hawks, Legends y Pistons eran de los pocos que les disputaban su condición.

Wilton sentía más que nunca que la liga avanzara de forma tan trepidante. Disfrutaba de cada partido, de cada viaje, de cada entrevista...sabía que aquello acababa, que pondría fin a su carrera tras quince años. Y aunque odiaba dejar el deporte que más amaba, sabía que odiaría aún más seguir hasta arrastrarse por las canchas y no ver crecer a sus hijos otra temporada más; pasara lo que pasara en junio, dejaría las canchas.

El equipo fue el único de la liga que no acusó el bajón de invierno. Seguían a lo suyo, y los pocos encuentros que perdían lo hacían por un margen inferior a diez puntos. Se habían ganado el respeto de la liga entera y nadie, ni siquiera Lemmeis, daba a otro equipo como el favorito.

Precisamente Marcus y Randy acercarían posiciones días más tarde, en el partido de homenaje a Terry Norman entre leyendas de Pacers y Wizards contra leyendas de Mavericks y Lakers; los equipos en que había jugado el legendario alapívot, que jugaría una mitad con cada combinado.

Wilton y Lemmeis eran el centro de atención de la prensa y, por primera vez en público, se lanzaron piropos el uno al otro. Ambos llegaron a un consenso y es que ambos, y también Willie Barson, habían marcado profundamente la historia de la liga en los últimos quince años.
Aquel buen rollo se reflejaría días más tarde en el entrenamiento del combinado del oeste que dirigiría Bob Marshall (Houston). Lemmeis, consciente de que sería el último All-Star de Randy, pidió a sus compañeros (la mayoría de los cuales empezaban a olvidar también el odio que le tenían) que ganaran el partido y le regalaran el premio MVP a Wilton.

Wilton volvería a salir de titular en el duodécimo All-Star que disputaba junto a Arison (Houston), Bentley (Dallas), Lemmeis (Los Angeles) y Keys (Golden State). Woods (Denver), Walcott (Vancouver), Kidney (Seattle), Djeric (Phoenix), Clifford (Minnesota), Pirtsmouth (Vancouver) y Rose (Portland) saldrían desde el banquillo en el transcurso del choque.

Por parte del este Jason Terry, entrenador de Atlanta, saldría con un quinteto formado por Bullock (New York), Bell (Atlanta), Haykes (Springfield), Foyle (Detroit) y Johnson (Brooklyn). Roy (Milwaukee), Jennings (Charlotte), Vrankovac (Cleveland), Banks (Toronto), Williams (Indiana), Malcom (Atlanta) y Lyndon (Washington) saldrían desde el banco.

Fue un encuentro plácido desde buen principio, con lo cual, el oeste pudo dedicarse a su estrategia de buscar a Wilton. Este se hartó de dar asistencias (10) que acompañaran su cifra de puntos (23) y rebotes (14), y convertirse así en el jugador con más triples dobles logrados en la historia del All-Star Game (un total de dos).

Springfield se rendía así por penúltima vez al legendario jugador, que se alzó con su tercer MVP del encuentro. La última, y más importante, tendría lugar años después cuando fuera nominado para el Hall of Fame.

Aquel premio había convertido la retirada de Randy en algo semi-oficial. Nadie se atrevía a pronunciarlo en voz alta, pero todo el mundo era consciente que Wilton estaba jugando su última temporada en la liga.

Una temporada que se cerraría histórica, pues los Rockets lograron la nada despreciable marca de 73 victorias y 17 derrotas.
Siendo el mejor equipo del oeste, jugarían una plácida primera ronda ante los Warriors que lideraba en cancha el eléctrico Paul Keys.

El juego un tanto alocado de los Warriors no pudo, a lo largo de los cuatro partidos que duró la serie, superar el control y dominio de los pívots que imprimieron los Rockets, que llegaban tras un barrido a la segunda ronda.

Justo el día en que ganaban el último encuentro, se daba a conocer el último premiado que faltaba. Tommy Arison se unía a la lista de premiados de los Rockets (con Bob Marshall siendo el mejor entrenador del año) al ganar el trofeo Maurice Podoloff.

Los periodistas premiaban así la gran temporada del alapívot de los Rockets, MVP por encima de Bullock, Lemmeis, Bell o Bentley.

Gerald Bentley, el joven alero de los Mavericks, se cruzaría en su camino un año más en la repetición del duelo tejano. Los Rockets no estaban para bromas, y solo cedieron un choque jugado en Dallas para superar a todo un rival de estado y llegar en un gran estado de forma a la final de conferencia.

Por su parte, los Lakers lograban salir vivos del sexto encuentro en Vancouver y pelearían hasta el séptimo para volver a la final de conferencia. Un duelo Wilton-Lemmeis: así lo deseaban todos los aficionados y así lo deseaba el mismo Randy.

Lemmeis completó en solitario el milagro, con una estratosférica anotación de 65 puntos en un partido resuelto en dos prórrogas. Walcott y Pirtsmouth se veían alejados de la final del oeste para un jugador de leyenda, que incluso sin ningún compañero All-Star a su lado llevaba a los Lakers donde un equipo con su historia merecía estar.
Kennedy o Berford, los mejores compañeros de Lemmeis, ni siquiera serían titulares en los Rockets. Solo la calidad de Marcus, que había sabido además imprimir en sus compañeros a lo largo de toda la campaña, había permitido que los Lakers siguieran vivos a aquellas alturas de temporada.

El equipo angélino volvía a la cruda realidad ya en el primer duelo. Wilton y Arison se comieron a sus homónimos en la zona en los dos partidos jugados en Houston, y lo mismo pasaría en el tercer duelo, jugado en Los Angeles. Solo el honor de Lemmeis permitiría a los Lakers volver a Houston, para sucumbir finalmente (4-1) y hacer evidente que, sin refuerzos, poco más podía hacer aquel equipo que años atrás había ganado cuatro anillos consecutivos.

Ahora los Rockets esperaban rival en la serie Hawks-Knicks. El Madison sería testigo, por enésima vez en su historia, de un duelo a vida o muerte. Y como ya había pasado en multitud de ocasiones, la grandeza del momento acabó con los Knicks y, así, los Hawks llegaban a una final de la NBA después de más de sesenta años.

Jason Terry había sido el arquitecto del sueño georgiano. Había definido un concepto ultra-ofensivo jugando con tres ala-pívots a la vez (Bell y los hermanos Baxter), rodeandolos con un escolta tirador y defensor de perímetro (Larron Chaney) y cerrando esta plantilla de ensueño con un gran base experimentado como Wheine Malcom. Así pues, un quinteto con un solo objetivo: bombardear el aro rival.

En el primer partido ya se manifestó que los Hawks no serían un rival cómodo para los Rockets, que perdían en el NASA Complex el primer partido. Los Hawks soñaban, gracias a anular a Arison y contar con una gran superioridad de centímetros en el perimetro. Pero Marshall encontró la fórmula:

Lo que fuera era una ventaja, lo convertiría en un inconveniente dentro. Así pues, dada su superiordidad debajo los tableros, ahora le tocaría a Wilton coger los galones del equipo y sacar la serie adelante. La arma de doble hoja se volvía contra los Hawks, que de esta forma veían como los tejanos se llevaban tres duelos consecutivamente.

Los de Atlanta alargarían la serie gracias a anular a Wilton y renunciar a su estilo de tres alapívots jugando a la vez. Vilne Crapotka, georgiano de nacimiento y nacionalizado griego, fue el defensor elegido por Terry a cambio de renunciar a un tanteo alto en el marcador. Le valió para el quinto, pero en el sexto Randy volvería a las andadas.

Firmaría una histórica última noche con 42 puntos, 19 rebotes y 7 tapones, para dar a Houston su cuarto campeonato y recibir su cuarto premio a mejor jugador de las finales, completando así de la forma más brillante una de las trayectorias más impresionantes que la liga había visto en toda su historia.

Randy no dejaría ni la liga ni Houston huérfanas de referentes. Jamal Bullock era el nuevo pívot dominador del campeonato y Arison intentaría, sin éxito, traer más anillos a Houston ya sin su compañero interior.
Wilton vería un año más tarde su dorsal número 5 retirado por la posteridad en el techo del NASA Complex. Cinco anillos, cuatro MVP's de las finales, cuatro MVP's de la temporada regular, tres MVP's del All-Star, tres premios al mejor defensor, un galardón a rookie del año...

Además, quedaba con 34.138 puntos solo por detrás de hombres como Malone y Abdul-Jabbar, habiendo jugado quince temporadas en la liga. Sus 19.195 rebotes quedaban solo por debajo de Bill Russell y Wilt Chamberlain; en este caso, sobran las palabras. También había logrado una cifra nada despreciable en tapones, aunque los 2857 que había puesto eran inferiores a los de Olajuwon, Ewing o Mutombo, por citar algunos. 1.688 robos le ponían, por ejemplo, por encima de Charles Barkley en este aspecto y 4.821 asistencias hablaban por sí solas tratándose de un pívot.

En definitiva, dejaba tras de sí números y datos al alcance solo de las grandes leyendas. Se preguntaba si querría seguir jugando hasta confirmarse como el máximo anotador de la historia. Aquello le llevaría dos o tres temporadas, pero prefería dejarlo cuando estaba en la cima, y retirarse del baloncesto profesional para pasar más tiempo con sus cuatro hijos.

Decidió además no seguir vinculado al baloncesto. Nunca había entendido quienes, después de triunfar como jugadores, probaban suerte como mánagers o entrenadores. Él decidió hacerlo también, pero no en la NBA.

Demasiadas cosas, buenas y malas, le habían pasado a lo largo de su vida y su carrera en aquel país. Una infancia difícil, cambiar de barrio tras salir adelante y el triunfo en la mejor liga del mundo: el sueño americano. Pero, a la vez, había perdido parte de su família y sus principios durante su carrera en la liga.

Se trasladaría junto a su família a Vanuatu, donde dirigiría el combinado nacional y viviría el resto de sus días, alejado de las canastas americanas y perdido en su particular paraíso. Un lugar en el que creía, y no se equivocaba, poder vivir feliz el resto de sus días...

1 comment:

sixers29 said...

gran historia como siempre,y final feliz para Wilton.
Puff hoy empiezan los playoffs que emoción¡¡¡