Luís XVI creía serlo, Gandhi casi se acercó y George Bush le nombra en exceso, tanto que dice cumplir su voluntad. Pero ninguno de ellos es Dios, al igual que ningún mortal llegará a serlo jamás.
Al igual que ninguna copia de la Mona Lisa llegará a recibir tanto reconocimiento como el original, ninguna copia de Michael Jordan, el Dios del baloncesto, alcanzará la admiración de quienes amamos este deporte. Jordan sólo hay uno, el original, y por lo tanto es algo irrepetible.
Quienes llevan a sus espaldas la pesada losa de ser calificados como “el nuevo Jordan”, sufren la más indeseada de las condenas a la que puede ser sometido un jugador de baloncesto. La carrera de Kobe Bryant, Vince Carter o Lebron James no nos parecerá lo que es, una gran trayectoria en la NBA con caminos y finales distintos, hasta que las valoremos como su propia carrera personal, y no la de “los nuevos Jordan”.
Michael tiene el aura, es el original, y nadie será capaz de acercársele mientras lleve consigo la etiqueta de “el nuevo ...”.
Giremos los hechos e imaginemos que Jordan debe cargar con el peso de “el nuevo Kareem”. En su segundo año en la liga, aún el logro de anotar 63 puntos ante los Celtics para nada es comparable al anillo que Alcindor ganaba con los Bucks. De igual manera, ¿sabría a poco su cantidad total de puntos? ¿Y sus injustos, pero aún así uno menos que Kareem, cinco MVP’s? (el del 97 fue un robo).
Evidentemente, no estoy banalizando la carrera de Michael ni diciendo que nada de su juego sea comparable con Kareem. Sólo quería ilustrar que quizás, si hubiera llevado el peso de toda una leyenda como Abdul-Jabbar sobre sus hombros, nunca hubiéramos visto su carrera como lo hacemos hoy y sería considerado un segundón.
Y puede, como podría ocurrirle a algún jugador, que este peso sea lo que le haya impedido forjar su camino de la mejor manera posible. ¿O alguien va a negar que Harold Miner podría haber jugado más de 200 partidos en la liga de no haber sido “Baby Jordan”? De forma mediocre y para nada a la altura del más grande, evidentemente, pero sin duda este peso pudo con él como el número uno del draft pudo en su día con LaRue Martín.
Y puede que el síndrome Miner, derivado de la maldición Jordan, pese en exceso sobre los hombros del propio Kobe Bryant (decidido a demostrar que es igual de bueno al precio que sea), Vince Carter o “el elegido”. ¿Hay peso más duro de soportar, amigo Lebron?
Además de esto, a lo que llamaremos cariñosamente la “maldición Jordan”, también existe otro punto de inflexión a partir de la llegada del más grande a la NBA, que bautizaremos como “el legado”, a falta de una palabra más apropiada o que nos suene como más correcta.
Con este calificativo definiremos lo que Jordan significó para el baloncesto. Y es que aún estando rodeado por un buen equipo y acompañado por un gran técnico cuando ganó el anillo, para la historia queda la idea de un Michael Jordan ganando el anillo él solo. Este legado es el que dejó, y las nuevas generaciones parecen valorar más al jugador superior que lo hace todo por encima de llegar a la meta (la victoria) mediante un gran trabajo de equipo y con el conjunto como fórmula del éxito.
Así pues, y vista la nueva forma de entender el juego que impregnó a algunos tras la retirada del más grande de todos los tiempos: ¿son los fracasos del Dream Team USA consecuencia de esta conceptualización del juego? San Antonio, Detroit y la selección española, por poner algunos ejemplos, son los más claros y recientes ejemplos de que el juego en conjunto es el que gana y también es el que llevó al éxito a Michael Jordan.
Y, evidentemente, el talento individual unido al conjunto nunca viene mal, pues siempre pueden necesitarse las genialidades de Wade, Duncan o Billups llegada la hora de la verdad. Así pues, el legado de Jordan es para mí tan sólo un concepto irreal de lo que fue el dominio de Michael. Él sólo no ganaba anillos pero, a diferencia de lo que ocurrió con Bird o Magic, quedará para la historia esta idea.
Y mientras algunos equipos basen su juego en este concepto, pocos frutos conseguirán. Basta con ver a las cinco franquicias con más posibilidades de ganar el anillo este año, unos auténticos cinco equipazos con una estrella muy bien rodeada.
Llegan tiempos de Play-Off, amigos, y son aquellos que todos teníamos claro al empezar la temporada los que van a disputarse el pastel. Y son las franquicias que se suben al carro del juego en conjunto las que tienen un futuro más brillante (caso de Raptors, Jazz o Warriors), mientras que a algunos como Lebron o Kobe se les van a subir los colores en los próximos años, como le ocurre a mi querido Garnett, si es que como parece no les rodean como es debido para armar un proyecto ganador.
Así pues, para mí y espero que para algunos más, queda claro que incluso cuando se habla del más grande es el equipo quién se lleva el triunfo, ya que incluso una leyenda irrepetible de la talla de Jordan necesitaba compañeros que le ayudaran en momentos puntuales del juego. Entender esto fue la clave de su éxito, como lo será seguramente para el futuro campeón de la NBA y los que vengan después.
PD: Otro artículo más de los que publican en Basketme. Aquí el link del nuevo, en donde hablé de los Warriors; y escrito antes del 0-1, por cierto: http://www.basketme.com/opinion.php?id=31
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