Sunday, March 25, 2007

Wilton XIII

La ilusión vuelve a Houston

Como ya había decidido, nada más abrirse el mercado de agentes libres y tener derecho a firmar un contrato cogió un vuelo hacia Houston y fue presentado aquel mismo día por la tarde. Aunque su destino estaba ya cantado, Kings, Nuggets, Pacers y Heat le hicieron jugosas ofertas de última hora. Pero él tenía claro donde quería estar: en Houston junto a Hakeem y Arison.

Aún los intensos rumores que aquella era su última temporada, su mujer le empujó a firmar un contrato por tres años "todos sabemos que no vas a dejar el baloncesto dentro de un año". Su numerosa família se trasladaría a la ciudad tejana, y su lujosa mansión en Washington sería vendida a la Naishmith Fundation for Basketball Patrimony.

Llevaría el número cinco, el dorsal que llevaba su hermano cuando aún jugaba a baloncesto en el instituto. Una desafortunada lesión le alejaría de las canchas aunque su potencial tampoco daba para llegar a la mejor liga del mundo.

Una semana después de firmar el contrato ya tenía una casa acorde a sus necesidades y empezaba a entrenar por su cuenta. Antes de ganar el anillo con Houston tenía otro reto en mente: el oro olímpico.

Tras no haber podido asistir al de Toronto, veía aún más lejos aquella medalla dorada lograda en los juegos de Capetown. Volver a recibir la llamada del Dream Team USA era un honor irrechazable, y más para formar parte del selecto grupo que viajaría a Dublín.

Él mismo, Bullock (New York), Woods (Denver), Bell (Atlanta), su compañero Arison, Haykes (Springfield), Norman (Los Angeles), Sanders (San Antonio), Terry (Minnesota), Barson (Boston), Pirtsmouth (Vancouver) y Fox (Miami), formaban los Deluxe Twelve, que es como se llamaba al equipo en clara referencia a su calidad, pero sin el carisma del mítico Dream Team. Por su parte, Lemmeis había rechazado por compromisos con los patrocinadores y para estar descansado para la temporada regular.

En primera ronda no dieron ninguna opción a sus rivales, aplastando eslovenos, panameños y nigerianos. Llegaron los octavos y Estonia pareció dar la cara, pero se difuminó en el último cuarto. La eliminatoria ante Chile fue plácida y se llegó a unas semifinales en las que España pareció recordar aquel mítico equipo de principios de siglo. Pero también cayó en sus manos, y esta victoria dio la suficiente moral como para pasar por encima de Francia en la final.

Wilton volvía a Houston con el oro olímpico, mientras que Lemmeis lo hacía avergonzadísimo al haber visto caer a sus Lakers ante el Tallin Cramo de Estonia, que contaba con la demoledora pareja Lerin Ildres y Marco Andurs.

Precisamente el alero Ildres sería el último fichaje de unos Rockets que se habían movido en verano tal y como le habían prometido a Wilton: para ganar un anillo.

Randy formaría en el quinteto titular junto a Arison, Ildres, Washburn y Acklie (cuatro jugadores que eran o habían sido All-Star). Oynes sería su recambio desde el banquillo, y Walcott, Mendes, Willis y Ellwey serían los principales nombres de la rotación. El rookie Richards, Booth, Fletcher, Thomas y Mayo cerraban los quince hombres que entrenaba Bob Marshall, todo un clásico en el banquillo tejano.

Como parte del acuerdo entre NBA y Euroliga, los equipos de la Midwest Division jugarían en Moscow su torneo de pretemporada. Wilton por fin pudo jugar ante sus ex-compañeros (solo quedaban Van Fyde y Thomas) sin recibir silbido alguno. Denver se hizo con el título pero estaba claro que, a excepción de un Lemmeis dolido aún con su derrota en la Copa Mundial, nadie se tomaba aquellos partidos más allá del hecho de provar sistemas y empezar a encarar la larga temporada regular.

Su debut con la camiseta de los Rockets en el NASA Complex llegaría como segundo plato fuerte de la jornada inaugural, y les enfrentaría a los Timberwolves. Ganarían aquel primer compromiso y saldarían con solo dos derrotas los diez primeros encuentros.

Wilton seguía siendo importante, pero ya no era la referencia. Tenía una pareja de lujo, mucho menos egoísta que Norman pero, a la vez, consciente de la responsabilidad que tená encima. Arison se consagraba como una estrella de la liga y necesitaba alguien de la experiencia de Wilton a su lado para llegar al olimpo.

El undécimo partido se jugaba en Washington y, para Randy, sería una noche muy especial.

Los Wizards colgarían su dorsal número 13 para la historia, agradeciendo así al mejor jugador de todos los tiempos en la franquícia capitalina su paso por el equipo. Era el segundo equipo que le homenajeaba de esta manera, el equipo de su vida con el que le hubiera gustado poder ganar mucho más de lo que ganó y retirarse allí del baloncesto en activo. Pero Skiles lo había echado todo a perder y había visto que su sitio ya no estaba en Washington.

Fue una noche mágica de no ser por una clara derrota. Con Lyndon, Lynch y Harrell como referencias y TJ Ford en el banquillo el equipo volvía al Run&Gun más clásico y todo el mundo comparaba el trío exterior con el mítico Run TMC. Las victorias llegaban y el público disfrutaba como no lo hacía desde el año del anillo.

Por su parte, las referencias del juego de Houston estaban en su pareja interior y los balones que salían al perimetro. El letal Ildres y las penetraciones de un Acklie que a su edad conservaba unas grandes piernas daban otras opciones a los de Marshall. Washburn y Mendes tenían un perfil más defensivo, mientras que Walcott y Ellwey se confirmaban como la revolución, saliendo siempre desde el banquillo.

En navidad llegó el primer compromiso ante los Lakers que no defraudó en absoluto. Lemmeis lo llevó a la segunda prórroga y una vez allí la perdió, pues jugaba demasiado solo. Había logrado cincuenta puntos por tercera ocasión aquella temporada, pero Norman ya no era el mismo y no se dejaba acompañar por nadie.

Precisamente en el siguiente fueron los Clippers quienes pagaron el mal gusto que le había dejado aquella derrota. 96 puntos, superando el récord de 94 de Wilton y acercándose a Chamberlain como nadie lo había hecho nunca. Los de San Diego cerraban la liga camino de una catastrofe histórica, llevando tan solo cuatro victorias pasadas las navidades y permitiendo a sus rivales llegar a los 120 puntos por partido.

Los Rockets eran los terceros clasificados en una dura conferencia oeste. Delante tenían a los Nuggets y los inalcanzables Lakers. Spurs, Grizzlies, Timberwolves, Blazers y Suns también daban guerra, y la igualdad predominaba más que nunca.

Una buena racha en el mes de enero permitió a los de Houston alcanzar a los Nuggets y llegar como segundos clasificados al parón del All-Star, a falta de 32 partidos para acabar la temporada regular.

Bob Marshall sería el entrenador del oeste (Shaw lo había sido el año anterior) en el All-Star de Minnesota. Sus discípulos formarían en el quinteto titular junto a Clifford (Minnesota), Lemmeis (Los Angeles) y Pirtsmouth (Vancouver). Woods (Denver), Moott (Seattle), Djeric (Phoenix), McKinney (New Orleans), Corke (Denver), Terry (Minnesota) y Rose (Portland) serían las opciones a tener en cuenta desde el banquillo.

Scottie Pippen, de los Legends de Springfield, sería el entrenador del este. Bullock (New York), Bell (Atlanta), Haykes (Springfield), Lynch (Washington) y Fox (Miami) saldrían como titulares. Roy (Milwaukee), Barkley (New York), Callaghan (Orlando), Haislip (New York), Foyle (Detroit),Edney (New York) y Lyndon (Washington) se sentarían en el banquillo a esperar su turno.

En el primer All-Star en muchos años sin Barson y Norman (ambos no elegidos por los entrenadores), Wilton no se sintió nada cómodo. No hubo sintonía entre él, Arison y Lemmeis, que no se dirigieron ni siquiera una mirada en todo el fin de semana. De hecho, Lemmeis no había entrenado con el resto del equipo justificándolo con una gripe, y la verdad era que apenas hablaba con nadie. De todas formas, y aún yendo a su bola y sin pasar un solo balón, hizo suficientes números como para ser el MVP del partido, ante los silbidos del público de Minnesota que, como muchos otros, no podían verle.

Marcus Lemmeis no quería ser el niño bueno de la liga. Lo había dicho en verano y lo repitió después del All-Star. Él solo quería ganar campeonatos con los Lakers y pasar una historia, pero no ser un icono. Aquello lo había perseguido al principio y solo le había valido unas críticas que ahora, mucho más maduro y vengativo, se dedicaba a alimentar.

La temporada regular finalizó con el guión previsto, y no fue ninguna sorpresa el ver al jugador de los Lakers ganar su tercer MVP de la temporada; aunque se anunciaría unos días más tarde, estaba cantado. Walcott honoraría a la franquícia tejana al recibir el premio a mejor sexto hombre de la temporada.

Wilton perdía el honor de ser el máximo reboteador de la temporada (conseguido en nueve ocasiones, cinco de ellas consecutivas en su paso por Washington). Había sido el tercero, por detrás de Moott (Seattle) y Beeson (Boston).

Los Rockets se enfrentaría en primera ronda a los Jazz, como segundos clasificados. Lakers-Suns, Nuggets-Grizzlies y Timberwolves-Blazers serían los otros emperejamientos; sorprendentemente, los Spurs y los Sonics se habían quedado fuera.


Arison realizó un gran trabajo, parando al hombre más peligroso de los Jazz (Gardner) y siendo el hombre clave en el ataque de los Rockets. Con relativa facilidad (4-1), pasaban a segunda ronda donde les tocarían unos Nuggets que querían repetir la final de conferencia jugada dos años atrás.

Woods se convirtió en heróe dejando a Wilton por debajo de los 10 puntos en un partido de Play-Offs, dejándolo con 8 y a 11 de su récord más pésimo (19). Así pues, los Nuggets podían viajar a casa con el factor cancha a favor y un 1-1 en la eliminatoria que extenderían hacia un peligroso 3-1.

Arison solo no había podido hacer nada, y el resto no respondían. Wilton puso de su parte en el quinto para llevar las series a un sexto partido que fue un mero paseo por parte de los de Colorado; los Rockets estaban eliminados y nadie se había hecho aún a la idea.

En Houston nadie entendía nada. Tenían un equipo preparado para derrotar a los Lakers y, a la hora de la verdad, nadie había cumplido. Arison se había quedado solo, como el año anterior, y ni siquiera el legendario Randy Wilton había estado a la altura de lo que se le pedía. Era una decepción en mayusculas, para un sólido proyecto que en ningún momento había dado signos de poder llevar a algo así.

Olajuwon pidió paciencia para aquel equipo y anuncio que no habría cambios en verano. Si que avisó, sin embargo, que en la plantilla faltaba carácter para aspirar al anillo, apuntando directamente a su estrella con el fin de motivarle. Arison era este tipo de jugador, un ala-pívot muy estético pero al que le costaba meterse en la pintura y echarse el equipo a la espalda. Era quizás el tema que habría que trabajar en verano, preparar a la estrella para ser un líder llegada la hora de la verdad.

Randy estaba la mar de tranquilo. Aún ser consciente de que no había cumplido con lo que se le pedía, sabía perfectamente que era la primera vez que aquello ocurría y que, más que por demerito suyo, fue mérito de Woods. No podía hacer más que admirar al que mejor le había defendido nunca y motivarse para trabajar en verano para impedirlo en la próxima ocasión en que se cruzara con su rival.

Unos Celtics que venían de haber quedado quintos en la temporada regular sorprendieron a todo el mundo al derrotar por 4-3 a los todopoderosos Knicks en la segunda ronda del este. Willie Barson, que no había sido convocado para el All-Star y que jugaba su última temporada en la liga, había recordado al de los primeros años tanto en primera ronda (4-3 ante los Legends) como en esta segunda ante los Knicks.

También en el séptimo partido, volvieron a hacer saltar la banca ante los Hawks y se plantaron sorprendentemente en una final con sabor clásico (Lakers-Celtics).

Lemmeis realizó actuaciones monstruosas, pero Barson le dio a lo largo de la serie toda una lección de maestría, humildad y trabajo en equipo. Así logró Willie Barson el milagro: evitar el quinto anillo de los Lakers y ganar el vigésimo por la franquícia bostoniana.

Wilton, que estaba en Los Angeles para ver el decisivo partido, bajó a cancha a felicitar a su buen amigo por lo conseguido, mientras Lemmeis no se dignaba ni a felicitar al justo ganador. Le pidió que no se retirara, pero este le contestó que ya estaba premeditado, y que no había mejor momento que aquel para hacerlo.

La NBA asistió a la retirada más grande que nadie habia tenido nunca. Willie Barson se retiraba habiendo ganado un anillo con 33 años y ganando todas las eliminatorias en el séptimo partido, con lo cual los Celtics habían necesitado 28 partidos para hacerse con el anillo. Era la retirada dorada por parte de cualquier jugador, que dejaba tras de sí cuatro campeonatos, tres MVP's y una carrera que sin duda merece estar a la altura de los más grandes en la historia de la NBA.

2 comments:

sergio said...

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sixers29 said...

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